EL “RELOJ”, EL “CRISTO REY”, LA “VICTORIA DEL VIENTO”, EL FÚTBOL, LOS PASTES…
¿ALGUIEN LOS CONOCE?
Por: Sandra Luz Salazar S.
Atardece tras los cerros y el viento arrecia en la ciudad de Pachuca, capital del Estado de Hidalgo. El turibús se estaciona enfrente del hotel Grenfell, Antigua Casa de las Diligencias en la Plaza Independencia. Parejas y grupos de amigos pasean alrededor del monumento. Los vendedores ambulantes muestran su mercancía a algunos visitantes mexicanos o extranjeros.
Pachuca atardece y sus calles se tiñen de negro; después, del anaranjado de sus farolas. El Reloj sigue iluminado por luces de colores que contrastan con su clásica arquitectura. Algunas personas admiran la innovación, otras chasquean la lengua.
Se ha dicho que el comportamiento de una persona se desarrolla de acuerdo al clima de su lugar de crianza, ¿será cierto? Así, cuando uno habla con los turistas, las opiniones acerca de “La Bella Airosa” son variopintas: A unos les gusta la calidez de la gente, pero otros se encuentran con personas que tildan de retraídas. Igual que a los residentes, algunos les gusta la pintoresca Pachuca, mientras que a otros les entristece su marcada desigualdad social.
Viceversa, a algunos pachuqueños les gusta la afluencia del turismo, eso sí, “mientras se porten bien”, mientras que a otros, quizás los menos, les incomodan. Incluso existe cierto sector que ni siquiera imagina que este lugar tan pequeño, con tan pocos establecimientos de diversión, pueda entretener un solo visitante.
Entonces, ¿quién es un pachuqueño?
Existen los pachuqueños que se enorgullecen de haber crecido aquí y de poder mencionar sus profundas raíces. También, los que apenas han encontrado el sitio ideal para echarlas, buscando entre los cerros de “La Bella Airosa” una mejor calidad de vida, igual que quienes se han sentido tan bienvenidos en nuestro pueblo, que se quedan al menos con el recuerdo indeleble de sus montañas. Y están los otros, los que han debido emigrar y sólo quedan, igual que los antiguos forjadores de la ciudad, en la memoria de los presentes que por necesidad quizás darán continuidad a sus actos.
Porque así mismo fue como nació Pachuca, sin mapas topográficos ni hidrográficos que aseguraran el desarrollo de una futura urbanización: Nació por pura necesidad.
“Pachuca” es una palabra derivada del náhuatl. Debido a los barbarismos de la época Colonial, no se sabe con exactitud qué vocablos la originaron, pero según el libro “Historia de la Nación Chichimeca”, escrito entre 1610 y 1640 por el historiador Fernando de Alva Ixtlaxóchitl y la fuente más confiable quizás, proviene de los vocablos “pachtli” (“estrecho”) y “can” (locativo), mencionando también el glifo con el que ya desde entonces era conocido el territorio: Un cerro atravesado por un angosto río.
Dictan las crónicas del Estado de Hidalgo, que fue en las cuevas de la Sierra de Pachuca donde se localizaron los primeros pobladores de esta región. Para el llamado Horizonte Clásico Tardío, Pachuca ya se había convertido en un importante asentamiento entre las zonas del Golfo y Centro, por donde fluía el intercambio hacia el Tajín. Y para el Horizonte Postclásico ya se explotaban sus minas, siendo reconocido como importante territorio de guarnición bélica por su geografía y recursos, bajo el mando de los mexicas dentro del Señorío de Acolhuacán, que tomó destacado lugar en la Guerra de Conquista. Pero la población de Pachuca no creció significativamente, sino hasta que los españoles decidieron explotar las minas de la región –la Comarca Minera-, según crónicas de conquistadores, en 1552. Como testimonio del desarrollo en estas fechas, se conservan principalmente el Exconvento de San Francisco y las Cajas Reales, igual que el invento de amalgamación hecho por el metalurgista Bartolomé de Medina, llamado “Beneficio de Patio”.
Fue en 1766 cuando Don Pedro Romero de Terreros –entonces propietario de las minas de Pachuca y Real del Monte- pretendió suprimir el jornal de los mineros y redoblar su producción, acto que desembocó en una manifestación que se traduciría como la histórica primera huelga en América Latina.
Tras la Guerra de Independencia, los españoles en ruina no tuvieron otra salida que vender sus propiedades, Don Pedro Romero de Terreros las traspasó a compañías inglesas en agosto de 1824.
Provenientes de Cornwall y empujados por la necesidad, debido al agotamiento de sus minas de estaño, los ingleses completaron una hazaña de dos años para llegar a Pachuca, acarreando la pesada maquinaria tras su desembarco en Veracruz. Y la odisea no llegó a su fin entonces, pues encontraron las minas completamente arruinadas, inundadas, sin maquinaria útil y destruidas las haciendas. Estas escenas han sido magníficamente retratadas en la interesante novela histórica “La Vertiente”; escrita por el hidalguense Rodolfo Benavides.
Los ingleses dejaron aquí varias de sus costumbres, que se mezclaron con la vida mexicana de aquel tiempo, para dar vida a las tradiciones que hoy día siguen dando identidad a Pachuca: Trajeron el golf, el tennis y convirtieron a Pachuca en la cuna del fútbol en México; trajeron los pastes, considerados ahora comida típica y, por poco, hermanándonos gastronómicamente con cualquier lugar del mundo en el que los mineros ingleses pusieron pie –desde Argentina hasta Malasia-; dotaron a la región de bellos edificios, siendo quizás los más sobresalientes la Iglesia Metodista y el Panteón Inglés.
El 16 de enero de 1869, por iniciativa de Manuel Fernando Soto, el presidente Benito Juárez consumó la erección del Estado de Hidalgo y su separación con el Estado de México, nombrando Capital a Pachuca, que honraría a su promotor llamándole a la ciudad Pachuca de Soto. Desde entonces, los beneficios y las adversidades de ser Ciudad Capital, a un paso del gobierno centralista mexicano, recaerían en la “Bella Airosa”.
“Entonces, ¿cuándo se volvió ésta una ciudad tan atestada?”, pregunto. Me he quedado pensando en ello desde anoche. Ahora, ya otro día, vamos hacia la Plaza Independencia en un paseo de sábado. A veces son ideas que surgen por mera casualidad: Subirse al Reloj, entrar al Cuartel del Arte, al Museo de la Fotografía o al exconvento de San Francisco sólo por curiosear, admirar y dejar hablar a los edificios viejos. No hay nada como hacer turismo. Si uno va caminando por la calle con la firme idea de que está haciendo turismo, suele ver muchas cosas que se escapan a la vista diaria. Haciendo turismo, se descubre otra ciudad donde se conjugan varios tiempos… ¿Y en cuál de todos ellos vino a parecer tan angosta la calle de Guerrero, que en las fotografías aparece demasiado grande para dos personas de sombrero andando a coger el tranvía?
“Hace muy poco”, contesta mi mamá. Porque yo pertenezco a la clasificación de los pachuqueños que pueden presumir de tener unas largas raíces en la Comarca Minera.
“¿Cuánto es poco?”, insisto. Nos abrimos paso entre la gente que está parada frente a las vitrinas de las tiendas; jamás he visto más zapaterías a lo largo de una sola calle.
“A raíz del temblor de 1985, Pachuca se llenó de gente. Empezaron a aparecer los grandes fraccionamientos y comercios. Pero la población no crecía proporcionalmente a la industria, así que terminaron generándose subempleos. Antes de 1985 no había franeleros, ni tantos vendedores ambulantes, ni malabaristas en los semáforos. La vida es ahora más agitada y, como las fuentes de trabajo son insuficientes, gran cantidad de trabajadores deben trasladarse a ciudades cercanas, sobre todo al Distrito, a riesgo de un accidente vial”.
Las calles adoquinadas van flanqueándose de edificios con aspecto más macizo, mientras uno se acerca a la Plaza Independencia.
Para los pachuqueños que se precian de serlo, el Reloj tiene algo que inexplicablemente los mueve por dentro: ¿Quién sabe si es su fuerte figura de mármol de Tezoantla, o las delicadas estructuras que –qué diferencia- son de mármol de Carrara? ¿Quién sabe si es su metálico sonido de ingeniería austriaca –hermana menor de la del Big Ben inglés-, o su cúpula de cobre y hierro hecha en Monterrey, que ha soportado tormentas los típicos vientos que van a setenta kilómetros por hora?
Subimos la escalerita de caracol que lleva al primer piso. No se permite visitar más arriba y eso que, en la década de los veinte, era el sitio favorito de los “hombres mosca”, quienes escalaban la pared exterior solamente usando sus manos y sus pies para dar un espectáculo tremendo. La entrada cuesta diez pesos –aunque hay gente que todavía extraña el tiempo en el que un paste y un refresco “minera” costaban un peso-. Una joven nos da la explicación turística. O eso afirma…
…Y, encima, cree que nos lo hemos tragado.
Volvemos cruzando frente al exconvento de –cariñosamente llamado- San Pancho, que curiosa y accesiblemente al público tiene su propia momia, llamada Santa Columba. Está escrito en su tumba que se trata de la mártir de Sens, inmolada en Francia por el emperador Aureliano temeroso de la religión de la santa. También, que fue traída desde Espala por la Marquesa de San francisco, hija del Conde Pedro Romero de Terreros. Mas otras fuentes verosímiles, por citar como ejemplo al “Mujeres y Autoridad en la Temprana España Moderna” de Allyson Poska, citan el santuario de Santa Columba en Cohimbra y advierten que existen varias momias que aseguran ser de Santa Columba, sin saberse en realidad cuál es la auténtica.
Pero Pachuca, aparte de tener su propia momia, tiene su propia leyenda sobre la momia: La misma rigidez de la santa hace que, naturalmente, su cuerpo se contraiga lentamente. Y, dice la gente, que el día que termine de contraerse y se siente en su féretro de cristal, se acabará el mundo.
La historia de Pachuca, en efecto, no es aburrida. A los turistas, les interesa lo que uno les cuenta como leyenda, igual que lo que ciertas personas sinceras afirman haber vivido. Entonces, ¿por qué los guías tienen que dar una historia que, si bien no toda se podría documentar, desde cierta fecha para acá se puede comprobar con lo que haya vivido cualquier pachuqueño de pro?
Los automóviles pasan zumbando a nuestro lado.
“¿Y una sola cosa buena que haya venido con este atasco?”, pregunto. Un organillo perdido entre los cláxones de los autos toca una melodía, que me hace pensar por un momento en algún aire provinciano perdido o muy, muy escondido. Después, se ahoga con la estruendosa música que anuncia una parata de ropa. A veces nos detenemos; es imposible platicar y andar sin estorbar a los peatones que caminan más rápido, igual que no ser estorbados por quienes caminan tan lento y cogidos del brazo, cinco y en desplegado sin ninguna consideración. ¿Qué avance pudo haber venido con semejante gentío? Recuerdo un anuncio de televisión que decía: “Sal del amontonamiento, ven a vivir a Pachuca”… y ven a amontonarte a otro lado.
“Mejoraron varias cosas. Se incrementaron escuelas, hospitales y las grandes tiendas departamentales. Aumentó el transporte y mejoró mucho, porque aunque había tranvía, los autobuses urbanos eran contados y estaban en tan malas condiciones que les llamábamos “trastobuses”.
“Todavía hay trastobuses”, agrego.
“Antes era peor”, continúa. “Y todo podría mejorar, pero gobiernos van y vienen y no se preocupan por aumentar las fuentes de trabajo y la industria, para que se ponga a la par de otros estados que no son primeros lugares en pobreza”.
“¿Y qué hace falta?”
“Uno de los factores más evidentes por los que la industria no crece aquí –y lo dice el autor de “Por Qué No Tenemos Una Empresa Mundialmente Competitiva”, Enrique Salazar Camacho-, es la falta de agua. Sin agua no puede implementarse, por ejemplo, la ganadería, el empaque y proceso de alimentos, la fabricación textil.
A propósito, plantea el libro “Pachuca: Una Ciudad Con Sed” de Nicolás Soto Oliver, que “Pachuca siempre fue una ciudad pobre construida sobre una montaña de plata y […] asentada sobre un considerado manto acuífero, a pesar de lo cual, el problema urbano más grave que ha padecido durante toda su existencia ha sido la carencia de agua potable”. Y nos hace reflexionar sobre un par de paradojas: “La primera, haber dado más de 35000 toneladas de plata al mundo y no tener nada de ella. A segunda, es proporcionar una gran cantidad de agua a la ciudad de México y en cambio sus habitantes por muchos años han tenido sed y una urbe insalubre por falta de ella”.
Es cierto.
No vivo lejos del centro de Pachuca, aunque se construyó la casa, allá por la década de los sesenta, la Colonia Periodistas a la altura de la basílica menor Nuestra Señora de Guadalupe “La Villita”, era todavía tierras de cultivo y apenas se llamaba Colonia Jardín. La iglesia era una casa de madera. Y se puede comprobar la fertilidad de las tierras que quedaron debajo de las casas, por la facilidad con la que el agua llena de minerales se trasmina por el suelo y causa salitre en las paredes.
El líquido vital, cuando lo hay, por malas instalaciones y asentamientos, pasa a ser, más que una bendición, una molestia que reblandece los muros.
Pero si hay una persona en esta ciudad que conoce de sobrecargas acuíferas en Pachuca, es mi abuela: Raquel Sánchez Revilla, originaria de Mineral del Chico, Hidalgo. Su padre, mi bisabuelo, era minero. Su madre presenció la inauguración del Reloj, igual que ella la de la estatua a Juárez.
Me lo cuenta al llegar de mi paseo, pero a su debido tiempo.
“¿Sabes qué me dijo la guía de turistas?” Le pregunto, entre burlona y molesta.
“¿Qué te dijo?”
“Primero, que el Reloj sólo se ha desafinado una vez y, eso, porque una pluma de paloma se metió en el engranaje”. Ella se ríe. Y esta primera pregunta, es suficiente para hacerla sonreír, como viendo un tiempo incomprensible para mí, que todavía está presente en alguna parte y ella conoce muy bien; un tiempo con ratos agradables e insoportables, pero cuando se le ve recordar, pareciera que no tiene queja de haberlo vivido.
“¿Una pluma, descomponer semejante maquinaria? Se descompuso una vez y se desafinaron las campanas, en uno de los últimos intentos por que tocara el himno”.
“Ahora lo toca, sí, pero antes lo descompusieron. Después, me dijeron que el Reloj fue ideado como torre de conciertos y, como los instrumentos no cabían por la esclinata, habían hecho por la misma época una pérgola”.
“Antes fue ideada una torre de conciertos, pero luego se sugirió la de un Reloj y de esa forma fue construida. Esa pérgola es muy reciente, recuerdo cuando la construyeron. La novedad incluso se ve en el distinto color de la piedra”.
“Ésta es buena: Que el edificio “La Palanca” fue un periódico antiporfirista”.
“¿La Palanca? ¡Pero si toda la vida fue una panadería!”
“Y ésta es mejor: Que iban a demoler el cine Reforma –donde ahora está el hotel Emily-, pero se equivocaron con las coordenadas y, en cambio, demolieron el primer Teatro Bartolomé de Medina, que luego reconstruyeron en la Plaza Juárez”. Cierto que es una historia divertida, igual que falsa hasta la médula.
“¡Qué va! El primer Teatro Bartolomé de Medina, yo recuerdo cuando lo sacaron por partes numeradas y nadie sabe dónde fue a parar. Seguramente lo habrán vendido. Después, en su lugar, construyeron el Cine Reforma. Después, el Hotel Emily. Por supuesto, el primero Teatro Bartolomé de Medina no es el mismo que hay en la Plaza Juárez; el primero era precioso, de cantera. Tenía unas cenegas en la parte de arriba, muy delicadas, hermosas. El segundo es más pequeño y burdo, no hay comparación”.
“Entonces, ¿qué tan eficaz es que el gobierno haya colgado un cartel en las Cajas Reales que invita a preservar los edificios históricos, poniendo una fotografía del teatro que fue demolido?”
“Pues no me lo explico, pero es creíble”. Se rió, negando con la cabeza. Y yo lo he visto. Todos quienes hemos pasado por las Cajas, lo hemos visto. Es un espectáculo imperdible. No sé si es tan grande la ignorancia de los gobernantes o nos quieren hacer una broma muy mala.
“También me dijo que el Cristo Rey es muy antiguo. Que lo habían mandado hacer los mineros como promesa si sobrevivían a cierto derrumbe”.
“No hubo ningún derrumbe; todos nos habríamos enterado. Y no es tan antiguo; lo construyeron por 1980”.
Mi curiosidad es mayor a mi prudencia –también a mi prisa-: “¿Cuando mi bisabuelo Pancho trabajaba en las minas, hubo algún derrumbe?”
“¡No, gracias a Dios!”, se apresura a exclamar. Y digo que mi curiosidad era mayor a mi prosa, porque cuando se le da cuerda con la historia de mis bisabuelos, no hay quien la pare. Es un poco como el Reloj de Pachuca. Pero es una historia siempre muy interesante. “Mi papá era perforista en las minas del Chico. Vino a Pachuca buscando un mejor trabajo, cuando el doctor le recetó mudarse a un clima más puro; el aire le haría bien a sus pulmones, enfermos de silicosis. Esto fue porque trabajaba con el taladro y el polvo que respiraba tenía fragmentos de cuarzo, que fueron deteriorando su salud. Era un hombre un trabajador, así que cuando llegó a Pachuca se empleó en un rancho y puedo decir que fue la época más feliz de mi vida…” Una sombra pasa por sus ojos y es ahora cuando me culpo por dejarla continuar. “…hasta la inundación de 1930. 1884 y 1888 son las fechas en las que, según el libro de Soto Oliver, sucedieron las inundaciones anteriores, a causa de las lluvias y los desbordamientos. “En 1930 perdimos el rancho. Seguramente cuando eras pequeña veías las ruinas que había en el lugar donde hoy es Sam’s… Pues bien, ese era nuestro rancho. Entonces, mi papá tuvo que regresar a trabajar a las minas”: La esperanza de vida que se da a un perforista promedio, no rebasa los 40 años. “Por si fuera poco, el 24 de junio de 1949, sucedió otra gran inundación. Fue el día de San Juan. Y es tradición que todos los días de San Juan lloviera, pero en 1949 la lluvia no paraba; otra vez se desbordó el Río de las Avenidas, a la altura de lo que hoy es el Viaducto Nuevo Hidalgo. En esa época no había sino puentes de madera y la fuerte corriente se los llevó, con toda la gente que iba pasando a guarecerse de la lluvia.
Mi esposo, tu abuelo, era maestro en la escuela Julián Villagrán, anexa al templo metodista. Era cerca de las cinco de la tarde y yo iba a ir a alcanzarlo, cuando empezó a llover y preferí regresarme a casa. Él me contaría después sobre la inundación que barrió con todo lo que encontró a su paso; varios niños de la Julián Villagrán que salían de la escuela, murieron ahogados y mi esposo no pudo más que ver el desastre junto a los demás maestros, trepados en las varillas de las ventanas de la escuela. ¿Qué hubiera pasado si no me hubiera regresado cuando empezó a lloviznar? No me hubiera dado tiempo de llegar a la escuela a refugiarme, tampoco de volver cuando ya había empezado la inundación. A muchos nos tocó ver pasar los camiones que paleaban el lodo y recogían a los muertos. Esta inundación marcó un antes y un después en la vida de Pachuca, porque sólo con esa tragedia se pudo ver que era necesario tomar ciertas medidas para evitar tales consecuencias de eventos posteriores”.
Si escuchar esta anécdota tan fúnebre, aunque la tenga bien aprendida, me causa escalofríos, ahora imaginen qué sucederá en los nervios de quien lo vivió. Es impresionante lo que pudo –y aún podría- causar ese cauce que, generalmente, es apenas un hilillo de agua. Pienso que el ser humano sigue subvalorando la fuerza de la naturaleza.
Prefiero cambiar el tema de pronto.
“Pero también estuviste en la develación del monumento a Juárez, ¿verdad?”. Asiente.
“Yo daba clases en la escuela primaria “Hijas de Allende”. Llevé a mi grupo a ver la develación y fue algo rarísimo… La estatua estaba cubierta con una manta enorme, que estaba atada a unos cohetes. Cuando fue tiempo de develarla, volaron la manta. Fue muy raro… Pero mi mamá estuvo en la develación del Reloj. También fue maestra y le tocó llevar a su grupo. Existe una fotografía de la época, donde se muestra lo atestada que estaba la plaza. Y ahí estaba el Reloj, nuevo, con su cúpula dorada y brillante. Después se fue oxidando… ¿Dices que la limpiaron?
“Pero para volver a casi verde limón. Se vería extraña la cúpula dorada otra vez; las figuritas del Reloj que venden como souvenirs, tendrían que cambiar de color.”
Pero “se vería preciosa”, responde.
“Mi mamá dice que si a cada pachuqueño le pidieran un limón y un cepillo y se pusieran a tallar, quedaría reluciendo como nueva. Piensa que la restauración, tan costosa, debió tener varias fugas de dinero y poca voluntad”.
“Y hay tantos monumentos bonitos…! Por ejemplo, la pareja de águilas en la azotea del Mercado de Barreteros, donde mucho antes fue la Plaza de Barreteros, en honor a los mineros que trabajaban con la barreta. Tu abuelo dice que ayudó al forjado de las águilas”. Hago un gesto de incredulidad:
“Siempre fue bueno para eso del arte, pero creo que era muy joven cuando se forjaron”.
“No sé, eso decía él. Creo que tampoco se recuerda el nombre del escultor”, añade.
“¿Y crees que, aún así se le ha hecho justicia? Quiero decir, con tanta cosa del bicentenario, “La Victoria del Viento”, “La Rotonda de los Hombres Ilustres”… y a ti, que has sido de esta región toda la vida, igual que mi abuelo, esforzándote por hacer un lugar bonito de tu pueblo, ¿todavía sientes tuya la ciudad?”
“Es Pachuca, no hay duda. Tiene ese aire, y ese viento, que la distinguen de cualquier otro lugar. Pero cuando uno se asoma a la calle, ya no conoce a nadie. Hay mucho ruido, la vida es muy agitada. Antes uno trabajaba, criaba a los niños y todavía tenía tiempo para ir de día de campo”.
“Es que, antes, el campo quedaba cruzando la calle”, me río.
“Puede ser”, se ríe también. “Y es frustrante encontrarse con quienes no conocen la historia de su propia ciudad. Es cierto que muchos pachuqueños se han interesado el origen de su pueblo, sobre todo personas que tienen sus antecedentes aquí. A veces, a quienes llegan de otros lugares no les interesa saber y eso hace que la historia se distorsione. Los datos históricos van modificándose por conveniencia de falsos historiadores y gente que no se cuida de indagar bien con fuentes que no pueden mentir: Personas mayores que han vivido tantas cosas, documentos y fotos de la ciudad, que es interesante desde su fundación”.
“Entonces, ¿el problema ha sido la inmigración?”
“De ninguna manera”. Y la secunda la opinión de mi mamá”: “Pachuca está hecha de inmigrantes, quienes han aportado tantas cosas para formar esta cultura. Cuando fue la guerra civil española, llegaron muchos refugiados en pésimas condiciones de salud, pero que eran muy trabajadores y se ayudaban unos a otros; es más, en Veracruz había un grupo de españoles que les decían a los recién llegados dónde era el lugar más propicio para buscar una nueva vida. Así fue como tantos llegaron aquí, poniendo sus esperanzas en Pachuca. Ellos impulsaron el comercio y lograron destacar igualmente en la medicina. Fundaron la Sociedad Española de Beneficencia, que atiende enfermos de todas las nacionalidades”.
“¿Y esto hace de Pachuca una ciudad sin cultura definida o con una cultura más rica?”, pregunto.
“Por supuesto que la enriquece”, continúa mi mamá, “pues en Pachuca se conjugan la muy amplia cultura nativa y las aportaciones de ingleses, españoles, libaneses, chinos y otros países que han sido acogidos en Pachuca, que la han engrandecido, como puedes ver bien documentado en el libro “Pachuca y Real del Monte: Esperanza de inmigrantes”, escrito por Mario Viornery Mendoza. La inmigración enriquece a una ciudad, siempre y cuando se conjuguen con sus raíces, no hagan que éstas se pierdan”.
“Entonces, ¿por qué Pachuca no siguió creciendo al parejo de las necesidades de su población?”
“Por su cercanía con del Distrito Federal. Es más fácil y barato ir a ver los espectáculos allá, ir a comprar ropa allá, ir por lo necesario para levantar un comercio allá, que producirlo aquí mismo. Además, desde el día que en 1970 se presentó el músico de roch Johnny Winter y los pachuqueños lo recibieron con una lluvia de botellas, porque jamás había habido aquí un concierto parecido y la gente no sabía comportarse, Pachuca obtuvo mala fama entre los rockeros de leyenda. No hay muchos espectáculos”.
“Sí hay, pero generalmente me entero cuando ya pasaron. Algunas invitaciones salen sólo al preguntar por internet y mucha gente que quisiera asistir, no tiene acceso a internet. Muchas personas mayores, interesadas en los eventos culturales, no saben usar internet. Ya sabemos que la ciudad actual no favorece a ciertos sectores”.
“Favorece a quien conviene al gobierno, ni más ni menos. Favorece, sobre todo, a los hombres ilustres que sirven para legitimar el estado actual de nuestra sociedad. Hay una rotonda que quizá desentona un poco con el contexto ultramoderno del viaducto y hay una Victoria de los Vientos legitimada con una historia que no es fea, pero es inventada, nueva y se está dando a los turistas y pachuqueños por real y, además, conocida desde hace años. Hay quien dice que es una copia bastante descarada de “La Sirenita”.
“¿Así que ya tenemos bastante de monumentos? En efecto, nadie nos preguntó cómo queríamos usar los impuestos, cuando el dinero lo pone el pueblo”.
“Los monumentos están bien. Pero más que construirlos, se debe de honrar a quienes forjaron nuestro estado y ciudad acrecentando su obra y trabajando incansablemente como ellos lo hicieron, con honradez… Hacer de cada persona un héroe sin necesidad de monumento”.
Aquellas fueron las palabras de mi mamá, por los presentes, los olvidados y, naturalmente, la gente por venir. Me hizo pensar: ¿Serán recordadas las personas que conozco, que día a día se esfuerzan para ver bonita a su Pachuca? Con que quedaran en la memoria y en las acciones de sus sucesores… De pronto vino a mi memoria el profesor Samuel Carro, a quien Pachuca adoptó para que revolucionara la educación con un modelo novedoso incluso para hoy, por allá a principios del siglo pasado… ¡Antes tan homenajeado, pero perdiéndose las generaciones, tan poca gente lo recuerda…! Hay una calle con su nombre. Y casi nadie sabe por qué.
Pensé, más allá, en la gran cantidad de héroes anónimos a quienes se les debe tanto, quienes van metiéndose en nuestros corazones y ánimos sin poder recordar un nombre al que podamos agradecer.
Sin quienes Pachuca no sería hoy una ciudad impactante para quien así desee descubrirla.
Pues hay quienes no necesitan ser mencionados y forman parte de la mismísima esencia de la ciudad. Son parte de ella como el viento que se cuela por las cañadas del Norte y arrecia en la noche, cuando parece que nadie se percata. Son parte de ella y, probablemente, si nuestros actos se encaminan al bien y la justicia, su gente trabajadora formará parte de, si bien una historia jamás dicha, una inmortalidad honda como nuestras raíces mineras. Y no se verá la estatua de cada pachuqueño -¿para qué?-, sino se percibiría su esfuerzo en cada rincón de la Bella Airosa.
Otra vez, mientras Pachuca anochece y susurra historias entre sus edificios viejos, no desaparece: Duerme como viene durmiendo desde hace mucho tiempo, para despertar mañana como la eterna Novia del Viento.